La protección contra explosiones (en lo sucesivo protección “Ex”) tiene el objetivo de evitar que éstas se produzcan.
El término “protección primaria contra explosiones” se refiere a todas las medidas que pueden adoptarse para evitar que se forme una atmósfera potencialmente explosiva.
Normalmente, son medidas que adopta el operador de la instalación y abarcan los siguientes puntos:
- rebajar la temperatura de los líquidos inflamables por debajo de su punto de inflamación;
- evitar los materiales combustibles (sustituyéndolos por alternativas que no impliquen riesgos);
- inertización (adición de nitrógeno o dióxido de carbono, etc. para desplazar al oxígeno del proceso);
- mantener la concentración fuera de los límites de peligro (véanse las mezclas potencialmente explosivas);
- ventilación natural o técnica.
En caso de que no pueda descartarse el riesgo de explosión o de que no pueda eliminarse por completo
mediante las medidas de protección primaria, deberán aplicarse medidas que eviten la ignición de las atmósferas potencialmente peligrosas.
Para ello se debe:
- evitar las fuentes de ignición
- evitar las superficies calientes
- definir reglas de conducta para los empleados y el personal (prohibición de encender llamas, fumar y trabajar con amoladoras angulares o equipos de soldadura).
Si no pueden descartarse la existencia simultánea de fuentes de ignición y mezclas explosivas, es preciso provocar explosiones controladas o intentar quemar los gases inflamables antes de que alcancen concentraciones peligrosas.
Para evitar que se produzcan lesiones personales es necesario:
- impedir la presencia de personas en la zona
- adoptar medidas estructurales especiales
- asegurarse de que las explosiones estén controladas (por ejemplo, en un área de presión encapsulada)
En la Edad Media, los mineros solían quemar los gases de la mina para evitar que se acumularan en exceso.
No era raro que se produjeran muertes en estas operaciones.